martes, 28 de abril de 2009

En carne viva

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Vagar flotando en aire ajeno
Y sólo sentir la espera de otras horas.

No estar aquí, y estar sin remedio.

Buscar sentido sin tenerlos.

Gustar sin gustar, sabiendo que no es bueno.
Oír que no te oyen.
Entregar a la luz manjares indigestos
(Manjares exquisitos que se ahogan en el tiempo).

Caerse de bruces y rebotar, durmiendo,
Y quebrarse en alaridos en silencio
Y esperar siempre que todo sea nuevo
Y decirle a la Parca que, por ti, como si se rasca.
Y llorar de nuevo.

Y colgarse de un pino, y romper una pobre rama
Que no tenía culpa de nada.
Y buscar, como sea, irse muy lejos.
Y morirse por que se mueran las resacas.

Y no querer ver el mar (que ya es estar jodido).

Cultivar flores como el que hace los deberes
Y no querer ni siquiera dormir, y aún así,
estar bien vivo, tragando anhelos.

No entender nada y hacerte el catedrático.
Y fingir, fingir siempre que todo lo que finges
Lo estás fingiendo.

Poner la primera piedra de un volcán, sin saberlo
(Que eso es lo peor: sin saberlo).

Y no saber siquiera cómo es mi cara,
Y olerme las manos como el que huele a un muerto
Y esperar furioso que aquél aire ajeno,
Limpio, inexplicable, único ser que tengo,
Me arrastre o me aplaste contra el suelo,
Y que no me deje aquí como hasta ahora,
Empapado y delirando como un ciego
Y “rezándole a la nada por que muera”. No quiero.


a L.M.Panero

lunes, 27 de abril de 2009

Suicidio negado

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Hoy sí, hoy yo, con mucho gusto,
me moría llevando mi memoria.

Hoy están aquí el deseo y la nostalgia
sin estorbarse, mirándose apenas.

Hoy está todo aquí con la dulzura de lo inevitable,
con el suave placer de un fruto maduro.

Hoy, día derrumbado, emisario del miedo,
se me ofrecieron las puertas de salida
y me sentí bien.

Hoy por primera vez noté
que siento amor por todo lo que dejo.


viernes, 24 de abril de 2009

Pobre Prometeo

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Tengo que aceptar ponerme ropas que no quiero
Tengo que aceptar cambiarme la mirada
Y aceptar amanecer aún vivo, pobre Prometeo.
Tendré que dejar de escuchar silencios.

Tendré que dejar de oler flores que no existen
Y dejar de anticiparme a hechos que no entiendo.
Tengo que aceptar que me hundo porque peso.
Voy a tener que andar clavándome estacas.

Parece que ya me quedó claro:
Tengo que aprender a amar lo que me mata
Solo para vivir, para vivir solo.
Total, nada.

Soneto del manco de dios

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Estando yo en sueños entretenido
vino, vibrante de tu voz, el aire.
No tuvo esa luz eco en mis sentidos
y me acuné, negándome a ese instante.

Lo que vino después fue un frío de esmalte
que me mostró que ni te adivinaba,
y que no esperara mi madrugada
alcanzar las honduras de tu alcance.

Y así me estuve, velando el desamor
doliente de la falta en que me duelo:
que ni te oigo en sueños, ni en mi mismo albor.

Más me valiera quedarme despierto
aunque notara la falta de calor,
siendo por tu calor que me desvelo.

Soneto del hijo

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Ya sé que piensas que en él yo no estaba:
que no soy yo el hombre que fue aquel niño.
Aún así, yo lo miro con cariño
admirando las lunas que apuntaba.

Más me duele, que a ti, ver mis miserias.
Pero, aunque me duelan, no renuncio
a ser yo la resulta de su anuncio:
sólo puede ser tu hijo mi presencia.

Comprendo que no es fácil, desde fuera,
que aceptes por herencia un vertedero:
yo te pido que mires más profundo

y que notes que la flor verdadera
no vale tanto si es de invernadero;
pues tuve que crecer, lo hice en el mundo.

Soneto del que fue niño

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¿Cómo eran esos días, cómo eran,
cuando el viento entraba hasta tu mente
y aquel patio era luz resplandeciente
y eras sólo niño, sin saber quién eras?

No había calles ni coches ni había aceras,
que tu mundo era interno; no había mares
ni imaginabas cómo los azares
forzarían a tu ser con sus maneras.

Recuerdas y te dueles: te ha vencido
todo aquello que entonces despreciaste.
Pero no era desprecio; tú lo sabes.

Era, en ti, la infancia del olvido:
pues tu vuelo fue luz entre azabaches
pero eras, solamente, lo que has sido.