viernes, 31 de julio de 2009

Me ha entrado un frío...

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Me ha entrado un frío inmenso.
Entró por las rendijas, por los arrabales,
por una puerta abierta; no sé.

Entró como por naturaleza
y plantó sus reales encima mío.
Y me avisó: soy el definitivo;
y me hizo carantoñas, como pasando
por ser más leve.

Como nunca se sabe, yo le dije:
'eso ya lo veremos',
y me congeló con una risa absurda.

Y desde entonces aquí estoy yo
ahogándome en mi propio asco.
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Óleo de Jorge Diezma.

jueves, 30 de julio de 2009

Una noche cualquiera

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Un pez que se hunde en el silencio de sus simas
Un gorrión que cierra sus ojillos
Un lagarto que mueve lentamente la cola
Una anguila que alza expectante su pico
Una araña que estudia el movimiento
Una hoja de pino que cae como si nada
Una roca de granito, aparentemente inmóvil, enfriándose
Un soplo inaudible de viento.

Siete loros que vuelan buscando a otros siete
Julio Bustamante palpando una canción
Algún pardillo tordo que cruza la calle
Y una nube que lo mira.
Miles de hojas de hierba chupando la humedad
La tierra misma, pensativa, buscando descanso
Olas y más olas que no saben que existen
Montones de sonidos que nacen, se reproducen y mueren, casi en el mismo instante
Moscas y mosquitos a millones
Y las ruinas, que sienten sus muñones y callan.

Un buen montón de geranios mirando al rocío cara a cara
Ventanas de madera incómodas en sus marcos y crujiendo
Billones de astros que creen que nada tienen que ver con esto
Y los vahos, huyendo de tantas bocas.

Tres o cuatro gatos a su rollo
(los coches impasibles, claro).
Y las hogueras que haya, inteligentísimas, abrasándose siempre.
Salamandras curiosas por las paredes y los techos
Movimientos profundos del mar y de la tierra
Roces imperceptibles arriba y abajo
Algunos seres de once dimensiones alucinando
Y su sombra: hombres que se lanzan a soñar.

Otro gorrión, ahora mismo, que cierra sus ojillos
Y la Atlántida, muy quieta
donde nadie sabe que existe.
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Óleo de Jorge Diezma.


martes, 28 de julio de 2009

Estiércol

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Ahora que ya estáis tan bien plantados en vuestro nuevo mundo

Después de haber mentido tanto fingiendo incertidumbres,

Dejadme ir, dejad que me marche en paz,

Y no me juzguéis según vuestras costumbres

Que al fin son, como decíais vosotros mismos

De las de vuestros padres, vacías costumbres.

No me juzguéis vosotros, antiguos compañeros,

Que en podredumbres compañía no necesito:

Con las mías tengo bastante. No quiero cambiarlas

Por vuestras cálidas, acomodadas,

Autocomplacientes, rancias, leves, enajenadas

Y madurísimas certidumbres.

La sequedad del desierto, para mí,

Es mejor y más clara. Allí no hay mentiras:

Allí, o hay vida, o no hay nada.

Allí hasta los muertos

Mantienen la forma humana.

Sólo recordad que la única fertilidad voluntaria

No es, según el alma de las plantas, la apolínea madurez,

Sino el abandono:

La asquerosa entrega, la muerte, la sincera podredumbre,

Y soportar, no ya ser nada, ser peor que nada:

Estiércol, puro estiércol

Azul estiércol

Piedra podrida

Pura repugnancia

Esencia sin sustancia

Larva moribunda:

Mierda que habla.



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lunes, 27 de julio de 2009

Don Luis: le quiero mucho a usted, si no le sirve de molestia.


Don Luis es un señor que anda camino de los 90 con paso firme. Con paso firme y con un par.
Don Luis, además de mi padre, es médico, y todavía se encuentra uno a gentes que recuerdan, medio siglo después, que salvó la vida de su hijo a cambio de nada. Eran ricos sólo en penas, me dicen; y también me dicen que hay cosas que ni el tiempo borra. Y él, cuando llegaba a su casa, "callaíto como un muerto".

Por eso y por "muchas cosas más" -eso cantaba Luis Aguilé-, voy a dedicarle aquí unos versos emocionantes de otro tocayo de Aguilé y de mi padre: de Luis Cernuda. Y que se le ciñen como un guante.
Y de cierre, la música que más le gusta: el 4º Concierto de Beethoven (otro Luis, vaya por Dios). Y además interpretado por Arthur (menos mal) Rubinstein, para que le recuerde aquellos años 50 y 60 de su plenitud.
Sólo me queda expresar dos deseos:
que nos veamos mucho tiempo más,
y que no gruña tanto.



Luis Cernuda:

Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones,
sueña con libertades, compite con el viento,
hasta que un día la quemadura se borra,
volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a una nube,
sin que ninguno comprenda
que ambiciones, o nubes
no valen un amor que se entrega.








viernes, 24 de julio de 2009

Anfibio

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Hay seres de agua
Que, cuando están sobrados de vida
Juegan la aventura de la tierra:
La sequedad de la tierra.
Y ahí siembran su efímero reino
De seres que no mueren de sed.
Apuran su manta de humedad,
Y uno cree en ellos. Y se imagina, feliz,
Que, aún sin agua, ellos pueden vivir.

Pero, llegado cierto momento,
Los de aquí dentro, en tierra seca y firme,
Los vemos, pasmados, volver al agua fresca
Con el gesto fácil y apolíneo de un delfín.
Con la facilidad del gesto del turista
Que vuelve a casa con las fotos
Que demuestran, qué valiente, que él estuvo aquí.

Y ya está: sigamos, ellos y nosotros, adelante.
Nosotros, los lagartos de sangre fría,
Seguiremos abrasándonos al sol para seguir con vida.
Ya nos han contado que algún día
Vendrá un pez que, sin dejar de serlo, se hará lagarto,
Y vivirá allí y aquí, y no afirmará ni negará
Ni la humedad ni la sequía,
Sino la libertad, y no será
Ni lagarto en tierra ni pez en el mar,
Pero será libre, y así será.

Yo (por mí hablo) no he sido capaz de serlo,
Y me sé incapaz de serlo.
Pero, mientras pueda, aguanto esperándolo.
Insisto: aún no lo he visto en nadie.
Aún sigo esperando el anfibio al que esperan
Tantos
Miles de millones de años.
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Lo siento

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Echaré de menos el humo de estos tiempos
Su vacío casi rotundo, su calma anhelante
La rabia de su fuga, la sorpresa de un mando
Que no manda nada. Darme cuenta del error
Que gastaba como verdad absoluta.

Se va a acabar mi oportunidad: poder vivir un sueño de vacío.
Acabaré despierto, ansiando alguna cosa.
Más vacío adelante:
¿Dónde estará aquel mundo mío
Que casi sentía, como el nombre de cada rosa?

Por fin tengo miedo al miedo, yo, que lo despreciaba
Siento que ya no siento lo que me sostenía.
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lunes, 20 de julio de 2009

Lo que escribo

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Lo que escribo no lo escriben
las suaves puntitas de mis dedos:
son los muñones de las ruinas de mi mente.

Lo que escribo tuvo anhelos
de savias florecidas,
de roces y de encuentros.
Lo que escribo muda en grito
la rabia de las ganas de la muerte.
Lo que escribo juega una suerte
de milagro no esperado, pero
desesperadamente fuerte.
Lo que escribo me apuntala
como un soplo de aire leve...

Y no me engaño:
no soy yo quien lo dirige.
Lo que escribo a mí me escribe
una y otra vez, mientras respiro
tenuemente un adjetivo:
'breve'.
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domingo, 19 de julio de 2009

Destierro

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Cada instante tiene su público
y cada letra tiene su silencio.
Los mórbidos encuentros beben de alegría.
Cada rincón tiene su muerto;
cada muerto, su ceniza,
y cada paz, detrás, temblando un niño, una niña.
Suenan las campanas cuando no hay nadie
y viven los monstruos en las floridas praderas.
Nadie está despierto cuando hay que estarlo:
los ojos piensan por su cuenta.
Los adioses se ponen en juego por cuatro duros.
Como no hay patentes, no se fabrican sueños.
Matamos lo muerto para vivir lo vivo,
y así, la venganza es terrible:
todos sufrimos la impotencia del destierro;
pero nadie lo dice. ¿Para qué, una verdad que mata?
Mejor nos lo jugamos al bingo:
A ver si hago línea... Cuatro, diez, cuarenta, ¿a qué juegas?
¿Yo qué sé?
De mí ya sólo piensa la parte que no tengo.
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jueves, 16 de julio de 2009

Emboscado

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Quiero firmar con un nombre que no sea mi nombre.

Y así, aunque no sea recordado, no me importará.

Como no soy yo, porque no es mi nombre, aún seré libre.

Mi nombre no estará en manos de nadie: podré volver a firmar.

Firmar y volver a entregarme, como si no hubiera pasado nada.

Como si no supiera nada: yo firmo y ya está.

“¿Pero tú quién eres?” “No sé; seré... el que firma.”

Y así, por puro cachondeo, construir esa palabra inmensa:

ETERNIDAD. Total, sólo por una mentirijilla:

Poner un nombre inventado (mejor que sea expresivo)

Y así seguir sintiendo el mundo, siempre

Como si acabara de llegar.









Imagen de http://javierjaen.blogspot.com/

lunes, 13 de julio de 2009

El puente

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Tengo amigos que me abrazan y consuelan como el pan
Como el pan calentito, sabroso, crujiente y tierno
Que te besa como la amistad:
Bendito sea el pan.

Y entonces ¿por qué este empeño
En ir más allá, saltando por dulzuras y confianzas
Buscando un hueco loco que no voy a encontrar?
¿Qué empujón suicida me trajo hasta este mundo
Para doblarme así la muerte: la de allá dejándome aquí
Buscando aquí la de allá?

Ahora sé que moriré más de dos veces,
Da lo mismo aquí que allá.
Y lo haré tan feliz, y tantas, tantas veces,
Que ni la misma muerte me podrá encontrar.

¿Dónde estará el suelo de un puente?
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Muy especialmente para Hidai,
a ver si se atreve a cruzar él también el puente.

domingo, 5 de julio de 2009

Así son las cosas de la vida (un cuento)

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El señor A (digamos) entró ya un poco abrumado -como andaba siempre, y la verdad es que yo creo que sin motivo-. Bueno, pues el caso es que estaba aquí, en un TODO A CIEN. Con eso del euro debían de haberle cambiado el nombre a la tienda, pero como los precios no cuadraban bien se ve que prefirieron dejar el nombre como estaba, que se entendía.

Pues eso, parecía que no buscaba nada en concreto (el señor A, digo), porque recorrió meticulosamente los estantes como si lo valorara todo, pero en la mirada se le veía que tanta cosa lo mareaba, y más bien parecía un autista: no se enteraba de nada. Me parece a mí que lo de comprar no es lo suyo. Bueno, pues el caso es que entre tanta vuelta y vuelta con el ceño fruncido (qué dolor, Dios mío), el tipo éste oyó: “¡Mira, mami, qué suave!” dicho con la voz de una niña. Y se fijó, ya ven lo que son las cosas.

Y lo que vió era lo que parecía: que una niña estaba tocando un artefacto de telas y pelos que imitaba (lejanamente) las formas de un perro blanco, pequeñito. Del tamaño de una cuarta y media, más o menos. Bueno, pues no hay mucho más que decir, salvo que al cabo de un rato el tipo (o sea, el señor A, digamos), con la tranquilidad de que parecía que nadie podía verlo, se puso a toquetear el mencionado “perro”. Y lo que tocó era, en efecto, suavísimo. Se alteró un poco (porque yo creo que es un sentimental) y siguió mirando por la parte de los enchufes y las bombillas y los ganchos para las paredes y luego montones de artilugios sorprendentes para la cocina. Pero el caso es que enseguida oyó, de espaldas como estaba, otra vez la misma voz de niña, que estaba claro que volvía a tocar al perro, y que lo disfrutaba y lo quería. Y se puso a escuchar sin mirar, el muy cotilla de mierda. Y oyó que la madre, más o menos, le decía a la niña que HOY no podían comprar el peluche, y que se esperara.

Bueno, pues después siguió un rato largo en el que se alternaban las caricias: el señor A (digamos) volvía -cuando no le veía nadie- a tocar aquello, comprobando que no se engañaba, y la niña hacía lo mismo cuando le dejaban. El señor éste guardaba silencio (debe ser su costumbre) pero la niña siempre se entusiasmaba. Y el señor A (digamos) yo creo que pensaba: “si a ella le gusta tanto, es que debe ser muy bueno”. Lo digo por lo que vi que hizo: se estuvo entreteniendo, el muy ladino, esperando a que la madre y la niña se marcharan de la tienda. La madre y las niñas, porque ya vi que eran más de una, y el follón que montaban. Lo que digo es que me parece que se esperaba a que ellas se marcharan para comprar el peluche aquél.

Fueron, yo creo, más de diez minutos, que al pobre señor A (digamos) se le debieron hacer eternos. Y lo digo en su descargo: al fin y al cabo, yo creo que él podría haber agarrado el artilugio (que yo no sé para qué lo quería, pero me pareció que se alegraba al tocarlo una y otra vez) y haberlo pagado en la caja e irse, y punto. Pero se ve que le sabía mal hacerlo delante de la niña. Ya digo que para mí que es un sentimental. El caso es que se estuvo esperando, haciendo el paripé. Me parece que alguno de la tienda se dio cuenta de que se comportaba raro y le estuvieron vigilando. Pero a él lo vi tranquilo, aguantando, se ve que porque sabía lo que hacía y por qué.

Bueno, pues abreviando: el caso es que llegó el momento que tenía que llegar, y la madre y las hijas (o lo que fueran) se estaban marchando. Pero -ya ven ustedes lo que son las casualidades- como la niña había insistido tanto, y rabiado un poco (muy poco: se ve que estaba bien educada) y había expresado (educadamente) sus dudas de que, si ella no estaba allí, alguien se lo llevara (el peluche en cuestión, digo) pues la madre, que no era tonta, se dejó llevar por la voz ansiosa de su hija (o lo que fuera), y dijo, milagrosamente, dirigiéndose a la veinteañera que había en la caja (atención): “¿HAY MÁS PELUCHES COMO ESE?” (señalando al peluche que ya conocemos, y que sin él quererlo se está convirtiendo en la estrella del cuento). Y la chica (individua ajena a todo lo que no sea lo suyo, como corresponde a su edad y a su condición de cajera, que vaya rollo ocho horas o las que sean con alguien distinto delante cada medio minuto, pero con la misma historia) le contestó, atenta y "simpatiquísima": “LO QUE HAY ALLÍ ES LO QUE HAY”. Y punto. (Ya saben ustedes cómo va esto de las cajeras).

Uf, los segundos se pusieron fríos, fríos, heladitos. Supongo que para la niña también, aunque no lo sé, porque no me fijé en ella. Perdónenme, pero es que yo estaba prendido en el cataclismo del pobre hombre (el señor A, digamos, ¿se acuerdan?). Podía hacer lo que quisiera, pero lo que quisiera no es lo que quería: así son las cosas de la vida, no sé si me entienden...

* * *


Ya no puedo decirles mucho más, tocante al tema este. Y perdonen que no me haya presentado. Los que entienden de esto de escribir siempre hablan de “EL NARRADOR”. Vale, pues en este caso el narrador soy yo (claro), que soy el amasijo de telas y pelos -perro, según mi fabricante-. Lo que he visto y sentido es lo que cuento. Esta mañana pude ver al señor A (digamos) pasar por delante del escaparate, cabizbajo, meditabundo (debe ser su costumbre) y tirando de una maleta (con ruedas, menos mal). Se ve que se iba de viaje. Él se iba pero yo, el amasijo, seguía aquí, en la estantería. Y entonces me asaltó la melancolía, porque pensé: hay que ver la de historias hermosas que nunca se sabrán.

Al rato se puso a chispear un poco; es que era invierno, se me olvidó decirlo.




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jueves, 2 de julio de 2009

Para vivir

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No habrá otro momento de suerte
No estará mi perro
No habrá otro ángel, ni más compañeros
No habrá más dinero
No habrá otro invierno, no habrá más sueños
No habrá más agua de mar, ni más espuma
No habrá más olas, ni piel calentita, ni más arena
No habrá más sol, ni habrá más sombra, ni tendré más sueño
No habrá más dolor. No estarán las nubes, ni estará mi perro
No habrá aceitunas, ni música, ni aliento
No habrá otro intento, ningún invento
Me traerá a la cara otra sonrisa. No habrá más tiempo
No habrá más cuentos
No habrá más Dios, ni habrá más muertos
No habrá más hechos
No habrá más hecho que mi muerte
No habrá otra copa
No llevaré más ropa que mi vida
No habrá más luz de amanecida
Por no haber, no habrá ni silencio.
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a Huckleberry Finn en su isla.











foto David Mas.